En la misma época en que los sumerios desarrollaban su magia y religión, la civilización egipcia se levantaba sobre las riveras del río Nilo. La magia de los egipcios era de un orden más sofisticado que la de los sumerios. Tal vez debido a que no estaban tan motivados por un continuo temor a ser extinguidos, como sus menos afortunados vecinos, los egipcios tenían más tiempo libre a disposición para adicionar una connotación filosófica a su magia, que fue caracterizada por una sabiduría que no ha sido superada incluso en tiempos modernos.

Al igual que los sumerios, los egipcios eran politeístas; también adoraban dioses de la naturaleza y construían templos en honor de ellos.

Los más importantes son las pirámides, que aún permanecen como monumentos perennes a la fe e ingeniosidad de estas personas tan altamente refinadas y civilizadas.

El antiguo Egipto consistía de un valle de 600 millas que se extendía desde la primera Catarata en el norte hasta el Mediterráneo. El país fue dividido en alto y bajo Egipto. El alto Egipto se ubicaba río arriba en el valle, su terreno era muy seco; el bajo Egipto, río abajo sobre el delta, era húmedo y fértil. La diferencia entre las tierras cultivadas de Egipto y en el desierto era tan marcada, que se podía literalmente pasar de un lado a otro con un solo movimiento.

Los antiguos egipcios conocían a su tierra natal como Kemet, que significa tierra negra, en referencia al color del suelo. El nombre Kemet  también se identificó con el término magia negra o magia de los egipcios. La palabra árabe Al-Kimiyya (alquimia)  también proviene de la misma fuente. La palabra inglesa magic (magia), viene de la palabra semita imga, que probablemente se usó en la misma época.

Distinta a la de los sumerios, la vida de los antiguos egipcios fue buena; sus tierras eran fértiles, alimentadas por un río cuyo ritmo era constante, y protegidas efectivamente por barreras naturales del desierto y el mar.

Hace cerca de 5000 años a.de C., Egipto había sido el sitio de una serie de culturas neolíticas. Durante la segunda de estas culturas, el  burro como animal de carga fue llevado a Egipto por inmigrantes de Libia. Estas personas adoraban una diosa del mundo terrenal a la que sólo le conocemos sus iníciales, N.T. Esta diosa reapareció en la mitología cretense, mostrando hasta qué punto la magia y la religión se difundieron en estos tiempos antiguos. La preciosa piedra azul conocida como lapislázuli, que los egipcios utilizaban para decorar a sus reyes y dioses, fue traída del antiguo Baluchistan (Pakistán)  por el camino de sumeria, lo cual muestra que la India y Pakistán fueron influenciados por la magia egipcia debido al comercio entre egipcios y sumerios.

Los dioses que los egipcios habrían de adorar a lo largo de su historia ya se estaban estableciendo. Al comienzo los egipcios neolíticos identificaron cada tribu con un tótem animal, el cual tenía asociaciones mágicas y era considerado como antepasado protector. Estos tótems de las tribus se convirtieron en los dioses de las primeras ciudades egipcias. El principal entre ellos fue el dios Horus, cuyo famoso ojo llegó a ser un símbolo universal de la magia. Otras dos criaturas, la cobra y el buitre, aparecieron en esta época antigua, y representados en los objetos de los reyes, connotaban el alto y bajo Egipto. Horus representaba al rey mismo.

Los dioses tribales fueron adorados por los egipcios a lo largo de su historia. Dos de estas divinidades fueron más importantes con el tiempo: Ra, el dios del sol, y Osiris, la personificación de las vitales aguas del río Nilo. La cada vez mayor importancia de Ra marcó el comienzo de una práctica mágica que es básica en todos los sistemas de magia. Debido a que Ra era el dios del sol, que a su vez sale por el este y se esconde por el oeste, estas dos direcciones de la brújula se volvieron sagradas. El este significa nacimiento, creatividad y magia blanca; el oeste denota destrucción, muerte y magia negra. Los reyes de Egipto o faraones, se consideraban a sí mismos hijos de Ra, lo cual los hacía creerse dioses; para los egipcios los faraones eran dioses sobre la tierra, y como tales fueron adorados como seres divinos.

Los egipcios creían en la vida después de la muerte y en la reencarnación, como lo expresa la leyenda de Osiris e Isis. En este famoso mito, Osiris vivió anteriormente en la tierra y murió por su hermano Set, quien a su vez cortó el cuerpo de Osiris y espació los restos a través de la tierra. La diosa Isis, la esposa y hermana de Osiris, consumida por el dolor, busco  por todos lados las partes del cuerpo de su esposo; finalmente logró reunirlas y trajo a Osiris de regreso a la vida. En una parte de esta leyenda, Isis  se fecunda con el falo de Osiris y luego da nacimiento a Horus, quien trata de vengar la muerte de su padre persiguiendo a Set implacablemente.

La abertura del cuarto sarcófago de la tumba de Tutankamen reveló las paredes grabadas y pintadas, características de los entierros egipcios. Los jeroglíficos simbolizan el viaje del alma en la otra vida y la instruían para que siguiera un comportamiento  apropiado frente a los dioses.

La firme creencia de los egipcios acerca de una vida eterna  los guió a construir grandes monumentos como tumbas para sus muertos. Ellos creían que para hacer una vida después de la muerte exactamente igual a la existencia sobre la tierra, El muerto tenía que recordar todos los detalles de su rutina diaria. De este modo, las paredes de la tumba eran decoradas con dibujos que representabas escenas del diario vivir. Solían enterrar, junto a los cadáveres, utensilios de cocina, alimento, ropa, joyas, y cosméticos. Imágenes minúsculas que representaban artesanos, granjeros y sirvientes, eran ubicadas en las tumbas para que respondieran al llamado del ser fallecido.

Las pirámides fueron intentos de la naturaleza por mejorar la vida y la muerte. La mayor parte de la inmedible riqueza de los faraones se utilizó para construir las pirámides, que eran vistas como templos, pues se creía que setos soberanos eran dioses. Los egipcios no pensaron en el  extravagante costo de dichas construcciones, pues creían que después de la muerte del faraón, éste los cuidaría para siempre con su capacidad divina; Así, el costo de las pirámides era visto como una inversión para la seguridad futura.

Al lado de las pirámides se ubican templos para depósito de cadáveres, que contenían estatuas de los faraones. Dentro de estos templos se llevaban a cabo constantes ceremonias y rituales mágicos que incluían cantos e incienso, costumbre que fue conservada posteriormente como parte de la magia.

La momificación de los cuerpos, que llevó a los egipcios a conocer a profundidad la medicina y la fisiología, fue también parte de la tradición mágica egipcia. Algunos de los hechizos y maleficios que usaban los egipcios en estos ritos de entierro, se involucran actualmente en lo que se conoce como magia “baja”.

Tal vez una de las más famosas maldiciones egipcias fue la asociada a la tumba de Tut-ankh-amen, el niño rey que murió antes de cumplir los veinte años de vida, en el valle de los reyes cerca a la ciudad de Tebas en el antiguo Egipto. El rey Tut, como es usualmente conocido, gobernó por un corto tiempo alrededor del año 1366 a. de. C. En 1922 un arqueólogo inglés llamado Howard Carter, quien fue patrocinado por el conde de Carnarvon, descubrió la entrada a la tumba del rey Tut, que había sido sellada por los sacerdotes egipcios. Habían sido inscritas varias maldiciones sobre las paredes para advertir a los ladrones y saqueadores, de las terribles calamidades que caerían sobre cualquiera que interrumpiera el descanso del rey. La tumba fue dividida en cuatro cámaras separadas, cada una atestada con tesoros en oro, plata y piedras preciosas. Obviamente, Carter no puso mucho atención a las maldiciones sobre las paredes de las tumba y, emocionado con su descubrimiento, cablegrafió inmediatamente a Lord Carnarvon para que se reuniera con la expedición lo más pronto posible. Carnarvon atendió el llamado y rápidamente llegó a Egipto. Carter demoró la entrada a la tumba hasta la llegada de Lord Carnarvon en deferencia al patrocinio que el conde había dado a su arduo trabajo expedicionario. Carter y Carnarvon entraron juntos a la tumba, y poco tiempo después ocurrió la primera muerte atribuida a la maldición de la tumba. Pocas horas después de entrar a ella, lord Carnarvon se enfermó por la picada de un insecto, no recupero la conciencia y finalmente murió. En la noche de su muerte las luces de El Cairo se apagaron, y los periódicos egipcios culparon la muerte del conde a la maldición anunciada. El hijo y heredero de Carnarvon, dijo que el perro favorito de su padre, en Inglaterra, empezó a aullar y luego cayó muerto, al mismo tiempo de la muerte de su amo. Desde 1922 más de veintidós muertes se han relacionado en alguna forma con el maleficio de la tumba del rey Tut.

Otra famosa maldición egipcia que se cree está asociada con una momia se remonta a 1881 En ese año Douglas Murray, de la British Foreign Office (Oficina de extranjería Británica) en Egipto, compró una momia al gobierno egipcio y la llevó a bordo en el mismo barco en el que regresaba a Inglaterra. Poco tiempo después de haber zarpado el barco, Murray se disparó en la cabeza y murió instantáneamente. Uno de sus asistentes, que tomó la custodia de la momia, descubrió que mientras él estuvo a bordo en el barco, fracasaron todos sus negocios, enfrentando así una inminente quiebra. Pensando que de algún modo la momia fue responsable de la muerte de Murray y de sus problemas financieros, este hombre la vendió a un anticuario de Londres, quien la llevó inmediatamente al British Museum (Museo Británico). Sir E.A. Wallis Budge, egiptólogo de fama mundial, era quien administraba la sección egipcia del museo para este tiempo. Uno de los dos hombres que llevó la momia al museo se rompió su pierna, y el otro murió repentinamente el día siguiente. El doctor Budge quien ordenó fotografiar la  momia tan pronto como fue instalada en el museo, descubrió que la fotografía mostraba inexplicablemente la cara de una mujer con una aterrorizante expresión de odio; Budge no pudo indagar nada con la persona que tomo la fotografía pues esta también murió inmediatamente después de fotografiar la momia. Perplejo por todas las tragedias asociadas a la momia, Budge removió sus envolturas y encontró el cadáver de una mujer inusualmente bien conservado. El descifrado minucioso de las inscripciones sobre la caja que contenía la momia revelo que el cuerpo pertenecía a una sacerdotisa del dios  Amón-Ra de Tebas, quien daba renombre a los sacerdotes y sacerdotisas por sus poderes mágicos. Hasta este punto la prensa británica había dado a este caso una exagerada publicidad; este hecho, junto a la desagradable y a menudo aterrorizante  impresión que la momia daba a los visitantes del museo, hizo que las autoridades del mismo decidieran venderla después a los Estados Unidos. Pero la momia nunca tocó costas americanas, pues el barco que la transportaba era el S.S. Titanic.

La vida de los egipcios estaba tan influenciada con creencias mágicas que tanto su arte como su literatura trascendieron por  estas ideas. Las paredes de las pirámides estaban inscriptas con bosquejos mágicos y religiosos, que incluían algunos rituales de tiempos neolíticos; también había un gran número de hechizos mágicos. Estas inscripciones instruían al faraón para que respondiera correctamente a los dioses en el momento de su juicio, de tal forma que pudiera asegurar el éxito en su búsqueda por la inmortalidad.

Había dos clases de magia entre los egipcios. Una se usaba con el propósito legítimo de ayudar a los vivos y a los muertos; la otra era la magia negra, destinada a traer muerte y destrucción sobre la desafortunada víctima del mago.

Mientras que la magia de los sumerios, y posteriormente la de los asirios y caldeos, estaba dirigida para protegerlos del mal e invocar la ayuda de dioses para lograr su seguridad, la magia egipcia se destinó para controlar los dioses  y hacer que las divinidades atendieran el propósito de los magos. Los conjuros y las invocaciones a dioses y demonios eran usados para llamar a estos espíritus y se materializaran frente al conjurante. Estos resultados se lograron usando palabras de poder, talismanes y armas mágicas. Era imperativo que los conjuros fueran pronunciados con un tono apropiado de voz para que fueran eficaces.

Algunos rituales egipcios exigían el uso de ungüentos mágicos preparados con alucinógenos venenosos, que aún se usaban en la Edad Media en covens de hechicerías.

Con todas estas prácticas sofisticadas de magia no es raro que  Egipto se conociera entre otras naciones de ese tiempo como una tierra de magos y hechiceros. Escritores hebreos, griegos y romanos describieron ampliamente el talento de los egipcios para la magia, y se refirieron a ellos como poseedores de poderes que estaban más allá de la concepción de la imaginación humana.

Los hebreos alardeaban incidentalmente, que Moisés era un gran adepto de los misterios egipcios. Ya que Moisés fue nombrado príncipe real en la corte del faraón, lo más probable es que la pretensión de los hebreos tuviera bases sólidas. No es un secreto que los príncipes de Egipto eran muy adeptos a la magia y la hechicería, y que la experiencia que tenían que pasar para ser aceptados como miembros de la casta sacerdotal eran aterrorizantes. Sólo el más valiente podía invocar un demonio y permanecer firme cuando la criatura temerosa apareciera.

Los poderes mágicos de Moisés eran innegables. Un hombre que convertía un palo en una serpiente y viceversa, tenía que saber magia.

Incidentalmente esta hazaña ha sido desarrollada en Oriente desde la antigüedad y es todavía un truco favorito de los faquires de la India. El escamoteo con la serpiente hecho por Moisés, no usaba otros medios que los trucos en su manga. Convertir las aguas del Nilo en sangre y traer una plaga de langostas eran también parte de su juego de trucos.

Tal vez en secreto de Moisés sobre los magos egipcios era la vara de poder que él y Aron poseían. Esta vara, un símbolo de poder de los magos egipcios, era cargada con las vibraciones personales de su dueño: su poder era proporcional al poder del mago. De este modo parece obvio que Moisés tenía más poderes mágicos a su disposición que los que le enseñaron las artes mágicas. La casta sacerdotal egipcia debe haberse arrepentido enormemente de enseñarle todo lo que sabían a Moisés, para que luego éste arremetiera contra ellos impunemente.

Aunque los magos egipcios no podían imitar los milagros de Moisés, eran capaces de hacer cosas igualmente maravillosas con el solo hecho de pronunciar los nombres de sus dioses o las palabras de poder que habían aprendido a proferir. Hay registrados muchos ejemplos de magos egipcios destruyendo a sus enemigos, recitando  unas cuantas palabras mágicas o desarrollando una simple ceremonia. La gran diferencia entre la magia egipcia y la mosaica radicaba en que mientras la primera era producida por los dioses de Egipto al comando del hombre, la magia de Moisés la producía  el hombre bajo el mandato de Dios.

La magia de Moisés era una mezcla de magia egipcia y conocimiento cabalístico. Lo que obviamente hizo Moisés fue combinar las enseñanzas egipcias con la magia caldea traída a los hebreos por su padre Abraham. Este poderoso sistema mágico, que combinaba las mejores enseñanzas de las dos más antiguas e influyentes culturas de todos los tiempos, ha llegado a nosotros como la cábala hebrea y es la raíz de todo el conocimiento mágico.

Las antiguas doctrinas se diseminaron desde Babilonia y Egipto hasta Israel, Irán, India, Pakistán, China, Japón, Rusia, Finlandia, Grecia, Roma, la antigua Gran Bretaña, Europa Occidental y finalmente hasta el nuevo mundo, África y el pacífico Sur. Por medio del comercio y a través de migraciones aún sin explicación, las culturas del mundo se  mezclaron; los antiguos misterios fueron asimilados, cambiados y adaptados. Los nombres del los dioses y rituales variaban, pero una cosa se mantuvo en común, la eterna fe del hombre en los poderes de la magia.