Antes de incursionar en la esencia de la magia y sus diversas manifestaciones como arte viable, debemos conocer sus orígenes y su evolución hasta que los registros históricos nos lo permitan, para así tener un entendimiento más claro del concepto de magia en relación con el hombre y su desarrollo cultural y espiritual.

En tiempos paleolíticos, es decir edad de piedra antigua. Este período dejó numerosas indicaciones de las primeras prácticas   mágicas ejemplificadas con pinturas en las paredes de las cavernas, sitios de entierro y grabados en piedra. Es imposible conocer estas señales iníciales de magia más adentro  de la prehistoria, debido a que los registros arqueológicos son aún incompletos. Por eso, tenemos que sentirnos satisfechos de saber que hace aproximadamente cincuenta mil años el hombre neandertal de la edad de piedra antigua mostró distintas evidencias del desarrollo de una conciencia mágico-religiosa.

A medida que el hombre avanzaba en la escala de la evolución, disminuía su interés por la magia. En el neolítico, o edad de piedra reciente, aparecieron en muchas aldeas santuarios para ritos religiosos y mágicos, al igual que otros para culto o adoración. La más antigua de ellas fue Jericó, que más tarde se convirtió en una famosa ciudad de los tiempos bíblicos. Aparente, con base en los descubrimientos arqueológicos, las comunidades neolíticas desarrollaban ciertos ritos mágicos en el período de equinoccios de primavera y otoño, y durante los solsticios de verano e invierno. Es incierto si estos ritos fueron celebrados en conexión con la agricultura o el culto al sol. Lo que sabemos con seguridad es que estas épocas del año se volvieron sagradas para la humanidad, y aún son importantes en los rituales mágicos y religiosos.

El hombre neolítico creía que la tierra era la Gran Madre de todas las criaturas vivientes. Veía el reflejo de ella en los árboles tales como el pino y el higo, en algunas aves como el búho y la paloma, y en animales tales como el oso, la vaca y la serpiente. También la vio plasmada en las estrellas y muchas constelaciones que conservan aún los nombres asignados por este hombre antiguo.

Las creencias del hombre neolítico no pueden ser clasificadas como religión. Por ejemplo, no practicaba el monoteísmo o creencia en un único y supremo dios. Para él todos los aspectos de la vida y todas las fuerzas de la naturaleza eran en esencia divinas. El amor, la muerte, el hambre, el temor, el fuego, la luz, el viento, la lluvia, el sol, la luna, los leones y las serpientes, eran materia de culto pues representaban un dios. Este inicial politeísmo y la creencia en los poderes de la naturaleza fueron la cuna de la tradición mágica.

El hombre neolítico no tenía un credo definido que tuviera que aceptar para ser miembro de un grupo religioso; es decir, no había congregaciones religiosas en esos tiempos. El culto a los dioses de la naturaleza era una parte intrínseca de la vida diaria. En este aspecto el hombre mostró un notable regalo de fe, una simple e ingenua aceptación de sus limitaciones físicas y espirituales, que lo situaban en una innegable posición humilde en el esquema de las cosas naturales.

Habría sido extremadamente difícil para el hombre neolítico, en su total compromiso con las leyes universales, entender o incluso concebir la idea de la religión moderna de que el culto a Dios está separado de la vida diaria y ha de practicarse en un lugar específico una vez a la semana. Para él, había una unidad entre la naturaleza, el mundo material y lo divino, por eso les rendía culto todos los días de su vida espontáneamente. Todo lo que el hombre neolítico hacía reflejaba dicha actitud: los rituales que conducía, la ropa y las joyas que usaba, e incluso la música y el arte desarrollados eran actos de adoración.

Vimos anteriormente que el hombre paleolítico utilizaba algunos de sus ritos mágicos para asegurar éxito durante la cacería. El hombre neolítico usaba los mismos rituales para mejorar sus cosechas y su propia fertilidad. Los rituales para producir lluvia eran particularmente importantes y fueron transmitidos a posteriores generaciones, tales como las que surgieron en Egipto y Mesopotamia.

El período neolítico  se extiende aproximadamente desde 8000 a 4000 años a. de C. Esta época marcó  la transición del hombre nómada-cazador al colonizador-agricultor. Las aldeas surgieron poco a poco durante este tiempo, primero en forma fortuita, luego ordenadamente, con vías para transitar y construcciones comunitarias tales como templos y graneros.

El trabajo comunal realizado en los cultos y las cosechas llevó al hombre a actuar como parte de un grupo, y esto a su vez marcó el comienzo de las sociedades humanas. El amor instintivo del ser humano por la belleza y su arraigada fe dejaron una herencia de figuras y esculturas religiosas, algunas con una exquisita e imponente sensibilidad.

Durante este período hubo zonas culturales que surgieron más rápido que otras, un fenómeno conocido como retraso cultural. Por esta razón no podemos usar el término Neolítico con una fecha específica, a menos que determinemos también un sitio en particular. Por ejemplo, las regiones del Medio Oriente eran neolíticas alrededor del año 6000ª. De C.; sin embargo, parte de las Américas abarcaron dicho período sólo cuando Colón arribó al Nuevo Mundo.

El centro cultural del mundo durante tiempos neolíticos fue el Medio Oriente; esta área se extendía desde el río Nilo hasta el Mar Caspio, sobre la religión conocida como la Media Luna Fértil, y se convirtió en la cuna de la Mesopotamia.

Alrededor de esta zona central había un tramo de tierra que no era tan avanzado pero desarrollaba características neolíticas. Dicha área abarcaba el sector comprendido entre el Norte de África a lo largo del desierto del Sahara, hasta el Atlas. Al otro lado del Medio Oriente se extendía desde el Mar Caspio hasta Siberia, incluyendo una pequeña parte de la India y la China. Más allá de esta segunda zona yacían territorios donde el hombre estaba aún viviendo en la edad de piedra antigua, área del Norte de Europa, África Central. Europa Oriental, y las Américas.

Mesopotamia fue sin duda la madre de las civilizaciones. Hacia el final del período Neolítico, alrededor de 4000 a. de. C., esta área se encontraba entres los ríos Éufrates y Tigris y su extensión era aproximadamente igual a la del estado de New Jersey. La región se dividió en varias partes; hacia el norte se eleva las salvajes e inhóspitas montañas de Asiria, un territorio ocupado principalmente por tribus nómadas; hacia el sur yacía Babilonia, que a su vez estaba conformada por Acad en el Norte y la llanura Sumeria.

Las montañas de Armenia, que separan la media luna fértil de Anatolia (Turquía), se extendían hacia el norte de Mesopotamia. Al Este se ubicaba la tierra de Elam; al Oeste bordeando las líneas costeras de Palestina y Fenicia, Yacía Siria, y al sur se encontraba el Desierto Arábigo, donde tribus nómadas deambulaban con sus rebaños.

La localización geográfica  de Mesopotamia tuvo una gran influencia en la formación de la cultura mesopotámica. Los habitantes de Asiria, Elam y el desierto Arábigo, incapaces de vivir confortablemente en tierras estériles, se esforzaron constantemente por tomar posesión  de regiones fértiles del valle comprendido entre los ríos Tigris y Éufrates. Las invasiones eran frecuentes al igual que las guerras producto de tal situación.

Otra amenaza enfrentada por el valle era las impredecibles inundaciones de los ríos que eran causadas por las nieves del invierno en las montañas de Armenia y por los constantes deslizamientos de tierra de los barrancos de los ríos afluentes. Las inundaciones ocurrían inadvertidamente y los ríos cambiaban de curso inesperadamente, arrasando campos, casas, animales e incluso vidas humanas, con una aterrorizante persistencia.

La vida para los habitantes de Mesopotamia era bastante insegura. Nunca sabían cuándo una tribu hostil podría venir de las montañas o del desierto, para dejar una estela de muerte  y desolación en su camino. Tampoco sabían cuando los ríos podrían arrasar con un solo barrido el trabajo dedicado de muchos meses. Siendo así, dirigían sus ojos al cielo con temor y optimismo, y oraban-por la supervivencia, el conocimiento y la vida- permanecieron en el valle debido que a pesar de los peligros y las incertidumbres, la comida era abundante, los animales se multiplicaban  en grandes proporciones, y la vida era placentera y valiosa. De este modo se aferraron a sus tierras y oraban a los dioses de la naturaleza para que el valle fuera un lugar seguro. Aumentaron los rituales, abundaban las prácticas mágicas; para los mesopotámicos la magia era la vida.

Babilonia era la parte de Mesopotamia que estaba situada dentro del sector fértil del valle. Como mencionamos, Babilonia fue dividida en las regiones de Acad y Sumeria. De las dos zonas, los habitantes de Sumeria tenían la más fuerte influencia en la cultura Babilónica.

Sumeria dio su nombre a los sumerios, una raza desconocida que llegó a la llanura de Babilonia entre el año 4000 y 3000 a. de C. Nadie sabe exactamente de dónde provienen estas personas; sus orígenes han causado controversias interesantes entre los eruditos, pero los mismos sumerios decían que “venían del mar” ¿estaban refiriéndose al Caspio o al Mediterráneo? Los hebreos creían que los sumerios vinieron del este hacia las “llanuras de Shinar” (sumeria), así que presumiblemente el mar mencionado por los sumerios era el Caspio, que yace precisamente al este de lo que era sumeria. Sin embargo, estas son sólo especulaciones, que al no tener bases sólidas podrían no ser ciertas. Por consiguiente, debemos permitirle a esta antigua raza, el derecho a mantener su secreto y enfocarnos en sus extraordinarias contribuciones dadas al hombre y la civilización.

No es fácil definir civilización, ya que este término supone un proceso continuo de desarrollo de una magnitud difícil de comprender. Para empezar, la civilización no apareció en el mundo repentino y milagrosamente; en lugar de eso, se desarrolló natural y gradualmente desde los esfuerzos constantes del hombre por sobrevivir en su ambiente hostil, y la necesidad de expresar sus ideas y sentimientos con creatividad febril.

Específicamente, la civilización implica actividades mentales, mejoramientos de las destrezas, desarrollo del arte, organizaciones políticas y complejas, y la aceptación de una vida comunitaria.

Los primeros lugares con verdadera civilización fueron las ciudades de Sumeria, que se ubicaban en lo que ahora es Irak. En las ciudades sumerias el hombre primero aprendió a escribir, a usar metales y la aritmética, a prepararse para la guerra, y a pensar en el significado de su vida sobre la tierra. Los registros de las hazañas de los sumerios fueron plasmadas en tabletas de arcilla, escritos en caracteres tipo cuñas conocidos como cuneiformes. Este sistema, adoptado posteriormente por los asirios y persas, fue el intento real por escribir.

En estas antiguas civilizaciones la escritura se consideraba un tipo de magia. Se creía que escribir el nombre de una persona daba al escritor un poder mágico sobre ella. De este modo, escribir era usualmente un privilegio especial  del sacerdocio, y era prohibido hacerlo para el individuo común, al igual el hecho de pronunciar los nombres de los reyes y dioses.

Sumeria estaba compuesta de ciudad-estado separada tales como Nippur, Ur, Lagash, Uruk, Khafajiah y Kish. Todas las ciudades eran amuralladas y fortificadas, y dominadas por zigurats, que eran templos monumentales en forma de torres altas. El zigurats babilónico de Nebuchadnezzar, citado en la biblia como la torre de Babel, fue un ejemplo de este tipo de construcciones.

La civilización sumeria se caracterizaba por un sentido de impotencia en un mundo controlado por kas fuerzas de la naturaleza. Esta inseguridad aumentó, como hemos visto, por impredecible del ambiente que rodea a los miembros de dicha sociedad. Por este constante miedo a los elementos y a la inestabilidad de la naturaleza se aferraron a creer en la magia y el poder de los dioses.

Ya que la seguridad de las ciudades y sus habitantes dependía en gran parte de la buena voluntad de los dioses, los templos jugaban un papel vital en la vida de los sumerios. Construido grada sobre grada con ladrillos de barro secados por el sol, la parte más alta del zigurat era considerada como la habitación de los dioses. Los eruditos creen que las estructuras en forma de torre de los templos sumerios eran expresiones de deseo de estas personas por adorar a sus dioses en sitios altos. Era imperativo comunicarse con ellos, los sumerios creían que el hombre era creado para servir a los dioses, y por ello siempre dependieron de ellos. Las estatuitas sumerias que han sobrevivido a los estragos del tiempo y los elementos son ejemplos palpables de este miedo a la incertidumbre. Las figurillas varían en medida pero todos se caracterizan por sus grandes ojos de mirada fija y llenos de ansiedad y esperanza, y por sus manos, apretadas fuertemente a sus pechos a manera de súplica humilde y silenciosa. Es obvio para un observador sensible, que la actitud es de desesperación, de sumisión y de una fe que trasciende todas las formas de expresión humana. Fue esta fe en enfrentar la desesperanza la que nos dio la herencia de la magia sumeria y los primeros elementos de la religión.

Dentro de los zigurats sumerios los sacerdotes fueron los reyes supremos; no sólo sirvieron a los dioses para dar seguridad a las comunidades, también administraron las ciudades en nombre de ellos. Dentro de los templos se ubicaban los lugares de trabajo de los panaderos, cerveceros y toda clase de artesanos. Esto no pretendía degradar a los dioses, era una forma de sumisión al control de ellos sobre la vida sumeria, para que la ciudad fuera considerada el domicilio privado de los dioses; por eso la magia y la religión fueron inseparables desde la vida secular de los sumerios.

Cada  ciudad tenía un dios protector que la protegía del mal. Todos los dioses forman un consejo similar a una sociedad de naciones, donde el voto de un miembro podría ser denegado por consenso general. Cada vez que una ciudad sufría una calamidad significaba que su dios protector había sido sometido por los otros dioses.

Es entendible que, enfrentados al constante temor de la extinción, los sumerios deben haber desarrollado un concepto extremadamente pesimista de la vida y la muerte. Por ejemplo, no creían en la vida después de la muerte, pensaban que terminarían en un lugar oscuro de donde nadie podría retornar.  Esta peculiaridad del pensamiento mágico del sumerio que discrepaba de las creencias de otras culturas antiguas a la reencarnación, fortaleció la magia sumeria, ya que se convirtió en un vehículo de fe estrictamente enfocado a lo humano y no a la supervivencia espiritual.

Las creencias de los sumerios fueron poco a poco asimiladas por los acadios, asirios y algunos grupos semitas. Finalmente la magia sumeria se convirtió en la magia de toda Babilonia y sus áreas circundantes.

Lo esencial de las creencias mágicas de una raza son los mitos etiológicos  que explican los orígenes de la humanidad y el universo en general. Estos mitos yacen en el corazón de la magia y la religión del mismo modo, y son la chispa que enciende el misticismo humano.

La ficción alegórica desarrollada en Babilonia, que posteriormente fue pulida por los asirios y otros grupos, incluía historias de la creación del mundo y la humanidad. Así como la literatura y la mitología  asiria tuvo una fuerte influencia de Babilonia, ésta le agradece a la cultura sumeria sus creencias mágicas y religiosas. Todas las oraciones fueron recitadas en el lenguaje sagrado sumerio y los templos de los dioses babilónicos fueron diseñados después de los de Sumeria.

La religión de todo el valle del Tigris-Éufrates fue realmente una sola. Mientras las ciudades O estados de Babilonia estaban en constante guerra, su lucha por  la supremacía influenció  enormemente la jerarquía de los dioses. Cada vez que una ciudad-estado domina otras regiones, inmediatamente promovía su dios particular a la cabeza del consejo divino. Así, cuando la ciudad de Babilonia estaba en control, su dios especial, Marduk, era el rey de los dioses a lo largo de todo el imperio babilónico. Cuando era Ur la que dominaba las demás ciudades,  su dios de la luna, Sin se convertía en la cabeza del consejo. Un dios sucedía  a otro en una constante batalla por el poder, que se extendía de lo humano a lo divino.

Los mitos babilónicos estaban más relacionados con los inicios de  la humanidad que por el origen del universo; y naturalmente la creación de todo esto fue obra de los dioses.

Entre los muchos dioses babilónicos los más importantes fueron Anu, dios del firmamento, Enki o Ea, dios de las aguas, y Enlil, el dios de las tormentas. De acuerdo a un mito, el creador de la humanidad fue Marduk, identificado posteriormente con Júpiter, quien mató a la enorme Tiamat, diosa del mar. Con el cuerpo de Tiamat, Marduk formó el universo, y con la sangre de Kingu, el líder de los discípulos de Tiamat, creó la humanidad para servir a los dioses. Esta épica divina es narrada en “Enuma Elish,” el más famoso de los poemas míticos babilónicos. En otro mito, es el dios Enki quien creó al hombre  de arcilla para el placer y confort de los dioses.

El mito de Istar y Tammuz fue uno de los más famosos entre los babilónicos. Se creía que Tammuz “el hijo fiel de las aguas que vino de la tierra”, moría cada año y se dirigía a un mundo de donde ningún humano regresaba. Su esposa Istar, la diosa madre de la tierra, descendió al valle  de la muerte en busca de Tammuz, cuyo fallecimiento había sido lamentado en el otoño por toda Babilonia. Istar entregó una tras otra todas las bellezas de la tierra a los guardianes de las entradas a la muerte, dejando la tierra envuelta en la oscura esterilidad del invierno.

 Después rescato a Tammuz del frío abrazo de la muerte y lo trajo de regreso a la tierra, despertando a esta última con los ritos de la primavera. Este hermoso mito, que explica la secuencia de las estaciones, se encontró posteriormente en la mitología griega transformado en el mito de Deméter y Perséfone.

El dios Ea, uno de los más creativos de los dioses babilónicos, se consideraba como el inventor de las artes mágicas. Pero fue el dios Mulge, conocido como Baal en la biblia y como Set en Egipto, quien fue designado el corazón de la magia babilónica y una figura central en muchos sistemas mágicos de la antigüedad. Para los babilónicos semitas Mulge era Belit, señor del mundo terrenal.

Los finlandeses lo conocían como Ilmarinen y los árabes Al-Lat, quien se casó con su propio hijo Saturno. Mulge también fue identificado con Istar, a menudo conocido como el demonio Astaroth, una criatura hermosa y encantadora que combinaba malicia y crueldad con una gran gentileza. Se creía que Astaroth, que será visto en detalle posteriormente, era un ángel y a la vez un ser encantador que se conocía entre los griegos como Afrodita.

Entre sus muchos alias incluía el de Tammuz, el esposo de Istar, lo que nos da una sutil idea de la dualidad como característica intrínseca de la naturaleza de los dioses.

Todos nos fascinamos con éste, el más poderoso dios-demonio; así que lo conoceremos aún más, como Venus entre los romanos, la novia de Adonis, el antiguo dios Duzi, y la hermana de Nani-Gal, la dama de Hades babilónica. Ya estamos ubicados en la base de la jerarquía de los dioses y demonios, eje central de la magia oriental y occidental. Podemos ver la extraordinaria y misteriosa interrelación de lo divino y lo demoníaco, tan difícil de entender por el intelecto normal, que ha originado el mayor secreto del ocultismo.

Los babilónicos no limitaban sus creencias a un panteón divino absoluto, también reconocían la existencia de una gran cantidad de espíritus que unían el mundo espiritual con la humanidad. Los dioses, los espíritus de la naturaleza y posteriormente los planetas, se convirtieron en los principales elementos de la astrología, que se originó en Caldea, sucesora de Babilonia. La cábala judía también era utilizada por los caldeos, un hecho comprobado por el nacimiento de Abraham, el patriarca hebreo, en la ciudad caldea de Ur.