Sólo hay un Dios, y su nombre es Alá. Su nombre es también Yavé, Jehová, Olofi, Marduk, Zeus, Júpiter, Osiris, Brahma u Odín. La lista de nombres es interminable para este ser supremo, omnipotente y omnisciente. También es un dios de muchas caras; su rostro puede a veces aparecer con barba y con actitud violenta, en otras ocasiones tierno y bien afeitado. Puede ser paternal y noble, o terrible en medio de su cólera.

Este benefactor de la humanidad, esta dinámica y a veces vengativa divinidad, está en la raíz de toda existencia. El es el creador, el proveedor, la única fuerza suprema del universo; siempre fue y siempre será; y la comedia humana de nuestra existencia es una sola manifestación de su genio creativo.

Una de las más comunes quejas del ser humano es por qué Dios permite que exista el mal sobre la tierra. Tanto la filosofía mágica como la religiosa están de acuerdo en sus respuestas a tal pregunta: Dios no tiene nada que ver con lo malo; el mal es el resultado de las propias acciones erróneas del hombre. Dios es perfecto, dice la religión; no hay mal en El.

La magia da un paso adicional y afirma que para Dios no hay bien ni mal. Dios trasciende la esencia del ser; lo bueno y lo malo son conceptos del intelecto inferior. Para Dios hay sólo activo y pasivo, positivo y negativo, masculino y femenino. El universo creado es el resultado de la unión armoniosa de estos perfectos opuestos, que sin embargo son iguales en fuerza y calidad.

El hombre es incapaz de sostener una unión armoniosa por algún tiempo; es una criatura de excesos, y el exceso es el origen de todo mal.

Esto significa exceso en cualquier forma, no es sólo libertinaje y desenfreno; también lo es amar sin control, perdonar lo imperdonable y permitir lo prohibido. En Dios hay equilibrio, él ama y odia, castiga y perdona. Es compasivo pero justo; conoce el verdadero significado de armonía, pues ésta mora dentro de Él mismo.

El hombre fue hecho a imagen de Dios, dicen las escrituras, los mitos y los profetas. Esta simple afirmación ha dado origen a las mayores controversias en la historia de la humanidad. Los ateos, que no creen en esto, rechazan lo que no se puede conocer y por consiguiente se niegan a sí mismos. Los agnósticos, que no están seguros, simplemente esperan pruebas. Los deístas, que aceptan la existencia de Dios, se niegan a comprometerse. El creyente religioso piensa que su propia existencia es la prueba incontrovertible de los poderes de Dios. Cada uno de nosotros pertenece a una de estas cuatro categorías, pero sin importar si somos ateos, agnósticos, deístas o creyentes religiosos, la realidad es que todos somos curiosos acerca de nuestro origen.

La ciencia ha desarrollado muchas teorías sobre este tema; algunas se volvieron obsoletas, pues sus premisas eran pruebas falsas. Otras teorías se han fortalecido y aceptado como realidad. Una de las más comunes es la “generación espontánea, abiogénesis”, la cual postula que en algún lugar del pasado remoto, hace más de mil millones de años, la vida surgió en forma de una simple célula. A partir de esta unidad básica de vida, comenzaron a existir en el planeta tanto los animales como los vegetales. Muchas pruebas de laboratorio han tenido éxito al reconstruir las condiciones primitivas que se deben haber presentado en la tierra durante aquella época. Varios de los componentes  esenciales de la célula han sido elaborados con los mismos parámetros, más no la célula misma. Esta minúscula  de milagros pronto se convirtió en el fantasma esquivo del sueño de un bioquímico-simplemente se negaba a ser creada por el hombre- Los experimentos continuaron buscando la forma de crear una célula viviente, pero la realidad es que la única forma en que el hombre puede originar vida es mediante la fecundación, que es en sí un acto de creación, magia a gran escala, y a la mejor manera en que el ser humano puede expresar los poderes divinos en sí mismo. Sin embargo, no tienen aún la explicación de cómo apareció la vida por primera vez, así que la búsqueda continúa.

En 1973, dos científicos de fama mundial llamados Orgel y Crick propusieron la teoría de que la vida no se generó espontáneamente sobre la tierra. Ellos afirmaron que el elemento molibdeno, parte esencial del funcionamiento de la vida, es muy raro en la tierra. De este modo, la vida no fue originada sobre la tierra, sino probablemente traída en forma de esporas por uno o más seres desde alguna parte del universo.

Completamente conscientes de las críticas y cuestionamientos que serían hechos por los grandes académicos, Orgel y Crick se prepararon para responder con evidencias científicas investigadas cuidadosamente para apoyar sus afirmaciones. Los bioquímicos se prepararon para luchar por el concepto de la evolución; los evolucionistas y bioquímicos experimentales estaban todos al lado de la bioquímica; solamente los físicos apoyaron la nueva teoría. Después de muchos debates el mundo académico se hizo cargo de la situación, y la victoria fue otorgada a Orgel y Crick. Su teoría fue sólo eso, una teoría, y además muy difícil de comprobar. Pero sin embargo era posible, incluso probable. Y de este modo dicha tesis se ha convertido en una posible explicación  del origen de la vida en la tierra.

Cuando Orgel y Crick desarrollaron su controversial teoría, no especificaron qué tipo de ser inteligente podría haber traído vida sobre la tierra o para que propósito. ¿Pudo haber sido Dios tal fuerza extraterrestre? No es nuestro propósito analizar esta pregunta más a fondo.

Nuestro interés es la magia, pero ésta guía infaliblemente hacia Dios, y por ende deberíamos ser disculpados si intentamos perfilar algo desconocido. De este modo, si decidimos adaptar a nuestro propósitos la teoría de Orgel y Crick, podríamos decir que el ser desconocido que creó la vida y el hombre fue Dios, e igualmente las escrituras, los mitos y los profetas tendrían la razón: el hombre fue creado por Dios, o al menos por alguna fuerza misteriosa que responde en gran medida a la descripción de este ser supremo dada por los antiguos.