Zoroastro
En esta época las ciencias de la magia se revisten de una nueva forma: la belleza. Existía el prototipo del hombre que se elevaba a los cielos, pero este hombre no tenía compañera, ha llegado el momento de que nazca. Venus celeste, Venus casta y fecunda, madre de las tres gracias, surge de las olas agitadas del Archipiélago.
En las tradiciones de la antigua Grecia vemos aparecer a Orfeo entre los héroes del vellocino de oro, primeros conquistadores de la gran obra. El vellocino de oro representa la luz del sol, la luz más adecuada para las costumbres del hombre; es el gran secreto de las obras mágicas; la iniciación que los héroes van a buscar en Asia. Por otra parte, Cadmo es un voluntario de la gran Tebas de Egipto; lleva a Grecia las letras primitivas y la armonía que las une entre sí. Con el movimiento de esta armonía, la ciudad típica, la ciudad sabia, la nueva Tebas se construye por sí sola, ya que la ciencia está comprendida por entero en la armonía existente en los caracteres jeroglíficos, fonéticos y numéricos que se mueven por sí solos según las leyes de las matemáticas eternas.
Existe también una perfecta estructura urbanística: Tebas es una ciudad circular, su fortaleza es cuadrada y tiene siete puertas como el cielo mágico. Su leyenda se convertirá muy pronto en la epopeya del ocultismo y en la historia profética del reino humano.
La fábula del vellocino de oro une la magia hermética con las iniciaciones de Grecia. El carnero solar, del que hay que conquistar el vellocino de oro para ser los amos del mundo, es la figura de la Gran Obra.
El navío de guerra de los argonautas, construido con las tablas proféticas de Dódona (el navío parlante) es la barca de los misterios de Isis el arca de las renovaciones y la fortaleza de Osiris.
Jasón, el aventurero, es “el que comienza” y no es un héroe; tiene todas las inconstancias y las debilidades de la humanidad, pero lleva consigo la personificación de todas las fuerzas.
Hércules que simboliza la fuerza brutal, no concurre a la Gran Obra, se pierde en el transcurso de su recorrido yendo a la caza de sus indignos amores. Los otros llegan al país de la iniciación, a la Cólquida, en donde todavía se conservan algunos secretos de Zoroastro; pero, ¿cómo seguir la clave de todos estos misterios? La ciencia, una vez más, es traicionada por una mujer. Medea ofrece a Jasón los arcanos de la Gran Obra, y ofrece su reino junto con la vida de su padre, ya que existe una ley fatal en el santuario oculto que sentencia a muerte a los que no han sabido custodiar sus secretos.
Medea enseñan a Jasón Cuáles son los monstruos que debe combatir, y de qué modo puede triunfar sobre ellos. El primer monstruo que hay que atacar es la serpiente alada y terrestre, el fluido astral a quien se debe sorprender y atacar; es necesario arrancarle los dientes y desperdigarlos en una llanura que deberá ser previamente trabajada, atando al arado los toros de Marte.
Los dientes del dragón son los ácidos que deben disolver la tierra metálica preparada por un doble fuego y por las fuerzas magnéticas de la tierra. Entonces se efectúa una fermentación y como una especie de combate: lo impuro es devorado por lo impuro y el vellocino de oro se convierte en la recompensa del adepto. Aquí finaliza la leyenda mágica de Jasón. Seguidamente tiene lugar la de Medea, ya que en esta historia la Antigüedad griega ha querido encerrar la epopeya de las ciencias ocultas.
Después de la magia hermética viene la magia goecia: parricida, fratricida, infanticida; esta magia sacrifica todo a sus pasiones y no goza nunca el fruto de sus delitos. Medea traiciona a su padre, como Cam; asesina a su hermano, como Caín; apuñala a sus hijos; envenena a su rival, y no consigue más que el odio del hombre del que quería ser amada.
Por tanto, la primera parte de la leyenda del vellocino de oro encierra los secretos de magia órfica, y la segunda está consagrada a las sensatas advertencias contra los abusos de la magia goecia, es decir de la magia tenebrosa.
La magia goecia, o falsa magia (conocida en nuestros tiempos con el nombre de brujería), no es una ciencia, sino que es tan sólo la manifestación de la fatalidad. Todas las pasiones desmesuradas producen una fuerza ficticia que la voluntad es incapaz de controlar, pero que obedece a los despotismos de la pasión.
Por esto decía Alberto el Grande: “No maldigáis a nadie si estáis encolerizado”.
Es la historia de la maldición de Teseo e Hipólito. La pasión excesiva es una locura y la locura es una embriaguez o congestión de la luz astral. Por esto la locura es contagiosa, y generalmente las pasiones llevan consigo verdaderos maleficios. Las mujeres, que tienden con más facilidad que los hombres a la embriaguez pasional, son, en general, mejores brujas que los hombres.
La definición de brujos indica de manera bastante eficaz a las víctimas del momento y, por decirlo así, a los venenosos hongos de la fatalidad.
Los brujos, en Grecia, y especialmente en Tesalia, practicaban horribles enseñanzas y se abandonaban a ritos abominables.
En general, se trataba de mujeres llenas de deseos que ya no podían satisfacer, de cortesanas envejecidas, monstruos de inmoralidad. Celosas del amor y de la vida, estas miserables mujeres, que no tenían ningún amante que no estuviera ya en la tumba, y que violaban las sepulturas para poder acariciar la piel joven y fría, estas monstruosas mujeres raptaban a los niños y sofocaban sus horrorizados gritos apretándolos furiosamente contra ellas. Eran llamadas brujas y envenenadoras; a los niños, que eran los principales motivos de envidia para ellas y, por tanto, de su odio, los raptaban y los sacrificaban. Algunas (como Canidia, de la que habla Horacio) cogían a los niños y los enterraban hasta la cabeza y los dejaban morir de hambre rodeándolos de alimentos que no podían llegar a alcanzar. Otras le cortaban la cabeza, los pies y las manos, haciendo disolver la grasa de sus cuerpos y su carne en ollas de cobre hasta que adquirían la consistencia de un ungüento que mezclaban con el jugo de beleño, de belladona y de amapolas negras, para efectuar sus satánicas mezclas. Estas mujeres llenaban de este ungüento el órgano irritado por sus detestables deseos, se frotaban con él las sienes y las axilas y después caían en un letargo plagado de sueños desenfrenados y lujuriosos.
He aquí los orígenes de la magia negra, he aquí los secretos y las tradiciones que se perpetuaron hasta el Medievo.
Medea y Circe son los dos personajes característicos de la magia negra en Grecia. Circe es la hembra viciosa que atrae y degrada a sus amantes. Medea es la envenenadora que todo lo arriesga y que utiliza a la naturaleza para efectuar sus delitos.
Existen seres que atraen como Circe, y junto a los cuales uno se envilece; existen mujeres cuyo amor degrada a las almas, mujeres cuyo amor exige el máximo de nosotros mismos y que cuando consiguen sus propósitos nos desprecian. A estas mujeres hay que hacerlas obedecer, como hizo Ulises; hay que dominarlas, inspirándoles miedo, y después hay que saber abandonarlas sin sentir pesar. Son monstruos de belleza sin corazón; sólo viven en función de su propia vanidad. La Antigüedad las inmortaliza con la figura de sirena.
En lo que se refiere a Medea, ésta es una criatura perversa que sólo quiere hacer el mal. Es capaz de amar, pero su amor es todavía más terrible que su odio. Es mala madre y llega, incluso, a asesinar a sus hijos pequeños. Es amante de las noches y va a recoger el claro de luna las hierbas maléficas para preparar los venenos. Magnetiza el aire y trae desgracia a la tierra, infecta el agua y envenena el fuego. Los reptiles le prestan su baba, pronuncia espantosas palabras; la siguen huellas de sangre, miembros cortados caen de sus manos. Sus consejos vuelven locos a los que la escuchan y sus caricias inspiran horror. He aquí a la mujer que ha querido ponerse por encima de las obligaciones de su sexo aficionándose a las ciencias prohibidas. Los hombres vuelven la cara y los niños se esconden cuando la ven pasar No tiene razón y tampoco tiene amor, y los engaños de la naturaleza dirigidos hacia ella son un suplicio nacido de su orgullo.