Zoroastro

Los egipcios reconocían en el ser tres cuerpos: Dyet, que era el cuerpo físico; Ka, que era el cuerpo fluido, y Ba, que era el espíritu. Esto era necesario para comprender y probar el mecanismo del pensamiento o poder creador y las reacciones que éste puede producir sobre una u otra parte del ser.

Es sabido que en Egipto la magia se completa como ciencia universal, y que allí es donde se formula el dogma perfecto. El conjunto de todas las doctrinas del mundo antiguo se encuentra en algunas sentencias inscritas sobre una piedra preciosa por Hermes; esta piedra es conocida con el nombre de “tabla de esmeralda”. Esta tabla constituía, para los egipcios, el conjunto de toda la magia resumida en una única página. La leyenda narra que la tabla fue encontrada “en las manos de la momia de Hermes, dentro de una oscura fosa en la que había sido sepultado su cuerpo”. Esta fosa estaba, según la tradición, en la gran pirámide de Gizeh. He aquí la inscripción, o al menos una de las versiones que se han hecho de ella.

Esto es cierto sin falsedad, es real: lo que está encima sirve, como lo que está abajo, para poder efectuar los milagros del único. Y como todas las cosas hechas para el pensamiento de un solo ser están derivados de una, así todas las cosas han nacido de ésta por adopción. El sol es su padre, la Luna es su madre, el viento lo ha llevado en su seno, la tierra es su nodriza. Aquí está el padre de todas las perfecciones del mundo. Su fuerza y su potencia son absolutas para todo lo que se efectúa en la tierra; tú separaras la tierra del fuego, lo sutil de lo basto, delicadamente y con cuidado. Esto sube de la tierra al cielo y desciende de nuevo a la tierra para recibir el poder de las cosas superiores y de las inferiores. De este modo tú podrás obtener la gloria del mundo y de esto se producirán admirables adaptaciones; los medios están aquí. Por esta razón yo soy llamado Hermes Trismegistus, teniendo las tres partes de la filosofía del mundo. Todo lo que he dicho de las operaciones del Sol se ha llevado a término.

La misma división de Egipto se debe a una síntesis mágica; los nombres de sus provincias correspondían a las figuras de los números sagrados. El reino de Sesostris se dividía en tres partes: el alto Egipto o las Tebaidas (figura del mundo celeste y patria del éxtasis); el bajo Egipto, símbolo de la tierra, y el Egipto medio o central, país de la ciencia y de otras iniciaciones. Cada una de estas regiones estaba dividida en diez  provincias, y estas provincias estaban bajo la protección especial de un dios. Los dioses, que eran treinta en total, agrupados de tres en tres, expresaban simbólicamente todas las concepciones ternarias de la década. Es decir, que expresaban el triple significado natural, filosófico y religioso de las absolutas relacionadas a los números. De este modo tiene lugar la triple unidad o el ternario original, el triple binario o el triángulo formado por la estrella de Salomón; el triple ternario o la idea en su totalidad bajo cada uno de sus términos; el triple cuaternario que quería decir el número cíclico de las revoluciones astrales, etc.

 La geografía de Egipto, bajo el reinado de Sesostris, es un resumen simbólico de todo el dogma mágico de Zoroastro, encontrado y formulado de una manera más precisa por Hermes.

El territorio egipcio era como un gran libro, y las enseñanzas de este libro estaban repetidas y traducidas en pinturas y en esculturas en todas las ciudades y en todos los templos. También el desierto tenía sus eternas enseñanzas, y su verbo de piedra se posaba en la base de las  triunfalmente en las pirámides, estos límites de la inteligencia humana ante los cuales meditó durante siglos una esfinge colosal que se iba hundiendo lentamente en la arena; en la actualidad, su cabeza mutilada por el tiempo se eleva todavía por encima de su tumba, como si esperara, para desaparecer, el sonido de una voz humana que explique al mundo actual el problema de las pirámides.

La ciencia jeroglífica absoluta tenía como base un alfabeto en el que todos los dioses estaban representados por letras; todas las letras, por ideas;  todas las ideas, por números, y todos los números por signos perfectos.

Este alfabeto jeroglífico, del cual Moisés guardó  el secreto en su cábala y que aprendió de los egipcios, es el famoso libro de  Tot. Se supone que este libro se conserva aún en la actualidad, bajo la forma de un juego de cartas llamado “taroco”. Se puede encontrar en las ruinas de los monumentos egipcios, y su clave más completa se encuentra en la gran obra efectuada por el padre Kircher sobre Egipto. Es la copia de una tabla isiaca perteneciente al célebre cardenal Bembo.

Una tabla de cobre, con figuras de esmalte fue, desgraciadamente, perdida, pero Kircher pudo proporcionarse una copia exacta. Esta tabla contenía la clave jeroglífica de los alfabetos sagrados.

Esta tabla está dividida en tres partes iguales: arriba, las doce casas celestes; abajo, las doce estaciones laboriosas del ánimo, y en el centro, los veintiún signos sagrados correspondientes a las letras.

A la mitad del sector central está la imagen de IYNX pentaforma, que es el emblema del ser correspondiente  al “yod” hebreo; es decir, la letra única de la cual se han ido formando todas las restantes. Alrededor del IYNX se ve la tríada ofioniana, correspondiente a las tres letras madres de los alfabetos egipcio  y hebreo; a la derecha se pueden ver las dos tríadas ibimorfa y seráfica, a la izquierda, la tríada neptiana y la de Hécate, figuras del activo y del pasivo, de lo volátil y de lo fijo, del fuego fecundante y del agua generosa. Cada pareja de tríadas se combina con el centro de un septenario, y el mismo centro contiene uno. De este modo, los septenarios dan lugar al absoluto numeral de los tres mundos y al número completo de las letras primitivas, a las que se añade un signo complementario, así como a las nueve cifras de los números se les añade un cero.

Los diez números y las veintidós letras constituyen lo que en la Cábala se conoce como los treinta y dos caminos de la ciencia, y su descripción filosófica es el argumento del libro primitivo y venerado llamado Sefer  Jezirah.

El alfabeto de Tot no es más que el original alterado por nuestros tarocos. El taroco que conocemos es de origen judío,  y los tipos de sus figuras no se remontan más allá del reinado de Carlos VII.

El Juego de cartas de Jaime Gringonneur es el primer taroco (juego de cartas o de naipes) conocido por nosotros, pero los símbolos que reproduce son antiquísimos.

Este juego fue un experimento de algún astrólogo de aquellos tiempos para devolver la razón a algún rey con la ayuda de esta clave de los oráculos, cuyas respuestas, resultado de la variada composición de los signos, son siempre exactas como  las matemáticas, y moderadas como si se tratara de la armonía de la naturaleza. «