Zoroastro

Un hecho especial es el que caracteriza la iniciación dada a los romanos por Numa: no es otro que el que recibe la mujer, bajo el ejemplo de los egipcios que adoraban la divinidad suprema con el nombre de Isis. En Grecia el dios de la iniciación era Iaco, el vendedor de la India, el resplandeciente Andrógino de los cuernos de Amón, el Panteo que tiene la copa de los sacrificios y que se hace verter el vino de la vida universal.

Iaco, el hijo del fulgor y domador de tigres y leones, con el nombre romano de Baco no será más que el dios de la embriaguez, y Numa pedirá sus inspiraciones a la sabia y discreta Egeria, la diosa del misterio y de la soledad.

Lo que tenía que asegurar el porvenir de Roma era el culto a la patria y a la familia. Numa lo comprendió y aprendió de Egeria el modo de honrar a la madre de los dioses. Elevó un templo esférico bajo la cúpula ardía un fuego que no se apagaba nunca. Este fuego era mantenido y alimentado por cuatro vírgenes, llamadas vestales, que estaban circundadas de honores si eran fieles y castigadas con un rigor excepcional si faltaban a su dignidad.

El honor de la virgen era el de la madre, y la familia no podía ser santa si la pureza virginal no era reconocida como santa y gloriosa.

En este punto, la mujer sale de la servidumbre a la que estaba sometida en la antigüedad; ya no es la esclava oriental, sino que es la divinidad doméstica y la guardiana de su hogar; es el honor del padre, del esposo, de su familia.

Roma se convirtió en el santuario de las costumbres, y a este precio pudo ser la soberana de todos los países y el corazón del mundo. La tradición mágica de todas las épocas otorga a la virginidad un sentido sobrenatural y divino.

El sagrado fuego de las vestales era el símbolo de la fe y del amor casto. Era también el emblema del agente universal del que nunca sabía producir y dirigir la forma eléctrica y fulminante. En efecto. Para encender el fuego sagrado, si por negligencia las vestales lo habían dejado apagar, hacía falta la luz solar. O bien el rayo. De todos modos, era renovado y consagrado al principio de cada año.

Numa era un iniciado en las leyes mágicas y conociendo la influencia mágica de la vida común instituyó colegios de sacerdotes y de augures, sometiéndolos a reglas fijas y muy rígidas.

Fue la primera idea que se tuvo de los conventos, una de las más grandes potencias de la religión.

Ya en un tiempo, en Judea, los profetas acostumbraban a reunirse en círculos, uniendo las plegarias con la inspiración.

Hay quien dice que Numa estaba al corriente de las tradiciones que existían en Judea: ciertamente sus salios y sus flámines se exaltaban con danzas y evoluciones muy semejantes a las efectuadas por David ante el Arca.

Numa no instituyó nuevos oráculos intentando rivalizar con el de Delfos, pero instruyó a sus sacerdotes en el arte de los augurios es decir, que reveló una exacta teoría de los presentimientos y de un sexto sentido determinados por las leyes secretas de la naturaleza.