Zoroastro

En las sagradas escrituras, la magia es tratada como una realidad indiscutible, aunque condena, no porque sea engañosa, sino porque contiene una doctrina nociva compuesta de cosas prohibidas y rebelde a las enseñanzas divinas.

La Biblia afirma que Dios es el soberano de la humanidad, que tiene en sus manos el destino del mundo y que desarrolla su poder por caminos inescrutables.

Se sabe que la religión mosaica era contraria a las creencias mágicas, considerándolas una intrusión ilícita al poder de Dios; a pesar de esto, es innegable que en su propio ritual acogió varios elementos mágicos.

El milagro bíblico difiere de los portentos mágicos tan sólo porque éste se funda en la voluntad y cuenta siempre con la ayuda de Yahvé, mientras que los segundos suceden gracias a la ayuda de Satanás.

He aquí cómo fue efectuada una operación mágica por Jacob.

Jacob y su suegro Labán decidieron dividirse los bienes, y convinieron en que Labán se quedara con las bestias de un solo color, mientras que las bestias de más colores serían de Jacob. Este, entonces, se proveyó de ramas frescas de almendro y de plátano, y cortó las ramas alternando las blancas con las oscuras, poniéndolas en los lugares en donde solían estar las bestias. Las bestias se juntaron en el momento debido y las hembras concibieron ante las diversas ramas, pariendo una “prole de variado color”. Es evidente que la estratagema de Jacob se inspira en el principio mágico de “lo semejante produce lo semejante”; es decir, que las ramas de diversos colores dieron lugar a los colores en la piel de las bestias. De este modo el patriarca, gracias a la magia tuvo toda la riqueza.

También a través de la Biblia se sabe que José practicaba la adivinación por hidromancia, es decir, que descubría o que intentaba descubrir las cosas misteriosas a través de la observación del agua.

El uso de la hidromancia, en efecto, estaba muy difundido en tiempos de José entre los hebreos.

Moisés, queriendo liberar a su pueblo de las serpientes, dispuso en el desierto un simulacro de bronce de una serpiente, que tenía virtualmente el carácter de talismán.

Según los conceptos mágicos no sólo lo semejante produce lo semejante, sino que puede utilizarse en provecho propio.

Muchas costumbres de los hebreos, en aquellos tiempos, se pueden considerar indudablemente como mágicas.

Por ejemplo, un marido celoso que sospechara la infidelidad de su mujer, la conducía ante un sacerdote, y éste, después de efectuar unas determinadas ceremonias, invitaba a la mujer a que se pusiera ante el señor con los cabellos sueltos, le preparaba una bebida a base de agua consagrada y le ordenaba que se la bebiera.

La fórmula que pronunciaba el sacerdote en voz alta era la siguiente:

Si ha pecado traicionado a su marido, el agua le provocará dolor y sus entrañas serán fácilmente fecundadas, pero no llevará nunca a cabo sus gestaciones y será criticada por las gentes. Si en cambio la mujer es pura, permanecerá ilesa y tendrá hijos.

Otra creencia del culto israelita consistía en creer que Satanás podía muy bien tomar las formas de un animal.

Todos saben que Jesús (se lee en el Nuevo Testamento) sanó a un obseso que “noche y día gritaba entre las tumbas y se producía heridas con piedras”, y expulso a los demonios que habitaban dentro de él, los cuales se precipitaban fuera confundiéndose en una manada de cerdos.

Pero entre todas estas creencias mágicas, la que más se afirmó entre los israelitas fue la adivinación del futuro y de las cosas perdidas. Las sagradas Escrituras hablan de algunos “teraphim” (talismanes semejantes a los lares romanos) que se encontraban en las casas de casi todos los hebreos y que eran considerados como dioses domésticos cuyos oráculos se aceptaban como una infalible verdad.

El hecho de dirigirse a Dios era una acción buena y legítima que se practicaba en el templo. Antes de tomar importantes decisiones sobre el pueblo, debía ser comprobada la divina voluntad con el oráculo del “efod”. En los actos importantes, el sumo sacerdote se ceñía con el “efod” que era una especie de cinturón bordado con oro, y encima del cinturón se ponía una coraza con los “urim” y los “thummin”, doce joyas mediantes las cuales hablaba Yahvé prediciendo los acontecimientos futuros o bien dando consejos. Pero, muy a menudo, Dios, encolerizado, rechazaba hablar y se negaba a ayudar a su pueblo; entonces los jefes y los sacerdotes, desesperados, se dirigían a los adivinos.

Hay que hacer constar que las leyes israelitas perseguían a los adivinos, e incluso alguna que otra vez se les condenaba a la pena capital.

A pesar de combatir sortilegios y exorcismos, el rey Saúl era extraordinariamente supersticioso. Llegó a consultar tantas veces el oráculo de “efod” que Dios se encolerizó terriblemente, pero cuando el “efod” permaneció mudo para él, consultó a los adivinos. Quería conocer anticipadamente el éxito de una batalla; de este modo, una noche fue a consultar a la bruja de Edor y exigió a la vieja que evocara a Samuel, y en un momento determinado el espíritu de Samuel surgió del suelo “en forma de un viejo envuelto con un mantón”, revelando al aterrorizado Saúl su próxima muerte.

Se debe tener en cuenta que las Sagradas Escrituras no precisan nada, pero se ha discutido profusamente el siguiente problema: ¿Era el verdadero Samuel el que surgió de los suelos enviado por Dios para asustar al angustiado Saúl, o bien se trataba de un fantasma infernal?

Ni siquiera David, hijo de Saúl, rehusó las creencias mágicas.

Una vez, cuando se produjo una terrible sequía sobre Israel, David se dirigió al “efod” y se enteró de que la culpa de esto era de Saúl pero Saúl había muerto hacía tiempo  entonces David hizo buscar a siete de sus numerosos hijos, los cuales “fueron ahorcados ante el señor”. Este sacrificio devolvió las esperanzas a David: vinieron abundantes lluvias y los cadáveres de los descendientes de  Saúl tuvieron una honrosa sepultura. Esta costumbre se perpetuo en la época medieval: las brujas preparaban mezclas con huesos de los difuntos para producir la lluvia.

Salomón, siendo ya anciano, ¿no adoró acaso a la lujuriosa Elilim, volviendo la espalda al Dios de sus antepasados? Las mujeres que formaban el harén del gran rey adoraban a los dioses paganos, y en Jerusalén; la ciudad santa, se construyeron templos para practicar las más extrañas creencias.

La sabiduría teológica y demonológica de Salomón es legendaria, así, como su famoso sigilo y su celebérrima lámpara mágica que le daba el poder de dominar a los espíritus infernales.

Es conocido que este rey poseía un trono de marfil, flanqueando por dos leones montados por águilas, y cuando él se acercaba los leones  rugían y las águilas abrían sus alas para protegerlo.