La noche es el control del día

“Cuando el hombre duerme, el alma vela” es un antiquísimo refrán que define el fenómeno de los sueños en la medida de las creencias populares. Es un hecho que desde los principios de los tiempos los hombres han intentado siempre hallar una explicación práctica de los sueños: existen antiquísimos testimonios referentes a las prácticas interpretativas de los sueños. El verificarse un episodio, ya sea pequeño o grande, después de haber sido advertido anteriormente por un sueño, ha persuadido a los hombres de todas las épocas de que deben existir fuerzas misteriosas que actúan sobre nosotros o bien a nuestro alrededor.

También los antiguos sabios, los magos y los profetas han explicado siempre que gran parte de los sueños dependen de los influjos de nuestro propio cuerpo (molestias momentáneas, mal funcionamiento del organismo, etc.); por tanto, ha sido siempre extremadamente difícil separar la propia materia, debida a los influjos del cuerpo, de nuestra parte espiritual para poder interpretar los sueños.

Como norma general, se ha afirmado siempre que los sueños realmente referibles a revelaciones positivas son los del individuo sano, sobrio, y sereno. Lo que no significa, como es lógico, que no se deban tener en cuenta los sueños de los individuos no sanos, ni sobrios, ni serenos. Sobre este tema se encuentran gran número de contradicciones y de complicaciones. Es dificilísimo una vez un sueño ha sido explicado y narrado, conseguir atar cabos, relacionar los motivos y extraer el significado lógico de manera que se pueda traducir en una serie de hechos con motivaciones comprensibles.

He aquí la razón por la que los intérpretes de sueños han sido siempre considerados como verdaderos sabios, depositarios de la verdad y magos infalibles. La interpretación y adivinación de los sueños era considerada de gran importancia entre los caldeos, los persas, los árabes, los egipcios, los griegos y los romanos. En aquellos tiempos, los sueños (en el sentido de adivinación) ejercían notable influencia incluso sobre las religiones. En Babilonia llegó a ser tan importante la interpretación de los sueños que se crearon sacerdotes especiales encargados de esta misión.

A esto se debe, dicen los textos, la fórmula basilar, transmitida hasta nuestros días y tenida todavía como válida. Esta fórmula dice que para conseguir la explicación exacta de un sueño:

Es necesario que se haya tenido en el amanecer o en aquella determinada hora de la noche  en que se disipan las emanaciones digestivas, las cuales no tienen que influir sobre el cerebro; el cerebro debe estar libre de nubes para que, de este modo, el sueño no se vea turbado por emociones de ninguna clase y se le pueda recordar perfecta y minuciosamente al despertar.

Otra norma recomienda, al despertarse, intentar escribir todos los particulares de nuestros sueños sin olvidarse de ningún detalle.

Todo el mundo sabe que la autoridad de los adivinadores fue siempre tan profunda e indiscutible que desde los tiempos más antiguos la interpretación de los sueños constituyó una de las principales funciones de  los magos.

Los primeros testimonios que se conservan en lo que se refiere a este arte tan particular de la magia, dicen que esta ciencia era conocida con el nombre de brizomancia. Estas definiciones fueron cambiando. Se le llamó oneirocracia,  después oneiromancia, (de oneiros=sueño, y manteia=adivinación), y finalmente, se llamó oniromancia. Este arte se subdivide en dos ramas: oniroscopia, que significa “observación de los sueños” y onirocritia, que se refiere precisamente a “la explicación e interpretación de los sueños”.

En este punto se presenta automáticamente un interrogante:

¿Se puede creer y tener fe en un arte tan nebuloso?

La famosa Madame de Thébes (en su tratado Enigme du reve) escribió: “No se debe dar a la interpretación de los sueños el carácter de certeza absoluta. Hay que hacer una neta distinción entre la ciencia y la fantasía, admitiendo que los sueños son generalmente reminiscencias y reflejos de nuestras preocupaciones, y que más raramente se trata de verdaderos presagios. No se debe considerar la clave de nuestros sueños tal como se consideran los Evangelios”.

Dijo el célebre Tieck: “¿quién puede decir hasta qué punto nuestros sueños revelan la fisonomía de nuestro interior? Si bien algunos sueños luminosos adquieren casi el valor de visiones reveladoras, otros son producto de dolor de estómago  o  las de hígado. Semejante mescolanza, tan complicada, de nuestra naturaleza hecha de espíritu y materia, de criatura animal y angélica, suscita en todas las funciones una infinita cantidad de matices que hacen que sea realmente difícil encontrar un principio general.”

En cambio, dice Pitágoras: “El sueño, la somnolencia y el éxtasis son las tres puertas abiertas que tenemos sobre el mundo sobrehumano de donde proviene la ciencia del alma y el arte de la adivinación.”

Dice Albert: “La noche es el control del día, y detrás de un sueño se puede ver si una facultad está por nacer, si se desarrolla o si se estropea”.

Dice Schopenhauer: “El sueño es el anillo, el puente que une a la conciencia en estado de sonámbula con la conciencia en estado de vela.”

Finalmente, encontramos en las sagradas Escrituras: “Dios se sirve de los sueños para que el hombre pueda ver a través de las tinieblas.”

Por más vueltas que le demos, nos encontraremos siempre con esta interrogante esencial: ¿los sueños son verdaderamente proféticos?

La ciencia lo niega perentoriamente; el psicoanálisis, aun interesándose profundamente en la interpretación de los sueños, no toma tampoco en consideración su posibilidad de adivinación.

En cambio, los ocultistas están segurísimos de este poder de los sueños. Según ellos,  desdoblamiento de un individuo en el Yo corporal y en el Yo astral o psíquico acontece durante el sueño.

De este modo, en los sueños tiene lugar la telepatía o el presentimiento, porque el sueño el espíritu se libera de la envoltura del cuerpo y se comunica fácilmente con el mundo astral.

Una cosa es segura: la fe en los sueños ha sido siempre una característica de los hombres, a través de los siglos y de las tradiciones, ha sido transmitida hasta nuestros días y continuamente se ha vivificado y difundido.