Los egipcios, como ya se sabe, sacaban oro de la Nubia tres mil años antes de Cristo. Extraían el oro de cuarzo partido con pesadísimas moles accionadas a mano, pero existían algunos iluminados que utilizaban medios más refinados.

Esta técnicas (o procesos de trabajo, como refieren los antiguos textos) descubiertas a costa de profundas indagaciones, se convirtieron inmediatamente en otros tantos secretos celosamente custodiados por los sacerdotes. Estos sólo confiaban sus secretos al que heredaba el trono y a los personajes más honorables por su virtud y sabiduría.

Como todas las cosas que tienen una importancia esencial, en Egipto las operaciones químicas se rodeaban de misterio y se efectuaban envueltas en rituales de encantamiento mágico.

Así los egipcios, tratando los diversos metales, y sobre todo los minerales de oro, y aplicando también las prácticas mágicas, se consideraron como los verdaderos precursores de la alquimia.

Es un hecho que infinitos testimonios de la época hablan de Hermes Trimegistus, gran maestro del arte alquimista.

En este punto hay que hacer una digresión. Hermes es el dios griego que “abre la puerta de la vida y de la muerte, es el mensajero de los dioses, y controla el desarrollo de la cultura, de las costumbres y también de los comercios y de los tráficos lucrativos”. La palabra Trimegistus significa tres veces grandísimo; es decir, que revela la gran estima que se tenía por el “Maestro Hermes”, el cual constituía una de las primeras personalidades de la antigua colonia griega de Egipto.

Los griegos admiraban las antiguas doctrinas religiosas de la tierra del Nilo, que permanecieron aparentemente inmutables desde los tiempos remotos de los faraones, pero que en realidad habían caído, así que cuando los griegos empezaron a ocuparse de ellas sus símbolos ya eran ininteligibles para los mismos sacerdotes egipcios

Los griegos no abundaban en número entre la población de Alejandría, pero sobresalían por su inteligencia. En la fusión de la religión egipcia con la filosofía griega, fruto de los constantes intercambios entre los pueblos, las ideas griegas predominaron;  Así que se puede hablar de un Egipto helenizado. Los griegos asimilaron en seguida todo lo que pudieron comprender de la religión egipcia, y resulto de esto una filosofía que reunía conjuntamente a las dos doctrinas con fragmentos religiosos hebreos y de otros países orientales. Además, los griegos identificaron las deidades egipcias con las suyas propias, reconociendo de este modo a su dios Hermes en Thoth, el divino inventor de la magia, el lenguaje y de la escritura (el escriba que en el tribunal de ultratumba registra el veredicto de Osiris pronunciándolo después del examen de las obras del difunto).

He aquí, por consiguiente, cómo fue humanizado Thoth- Hermes, convirtiéndolo en un soberano mítico que reinó durante tres mil doscientos veintiséis años y que escribió 36.525 libros sobre los principios de la naturaleza (en aquel tiempo todos sus escritos quedaron reducidos al razonable número de 42).

Estos libros no eran otra cosa más que escritos anónimos sobre la filosofía egipcia, nacida de las relaciones con los griegos.

Según algunos, los autores de estas obras las firmaban con el nombre de Thoth para darles la dignidad y venerabilidad divina.

Thoth-Hermes, presunto autor de estas obras, fue venerado como fundador de la doctrina que más adelante se conocería como doctrina hermética.

De la enorme cantidad de obras que se le atribuyen a Hermes Trimegistus, permanecen tan sólo 14 textos breves en lengua griega y una serie de fragmentos conservados por autores cristianos que tratan ideas místicas y filosóficas propias de aquella época, las cuales tienen mucho en común con el agnosticismo.

El más conocido de ellos lleva por título Poimandres, es decir, El buen pastor; también había escrito tratados mágicos, sobre todo de astrología.

Estos libros herméticos estaban redactados de forma alegórica; de este modo la comprensión de las fórmulas era asimilada tan sólo por los iniciados y únicamente los sabios eran capaces de desenvolverse entre estos místicos laberintos.

Particularmente, en las alegorías de la célebre “Tabla de la esmeralda” los alquimistas creyeron que podrían encontrar las varias fases del proceso para la fabricación de oro. En la “Tabla” la frase “por esto toda la oscuridad huirá de ti” fue estudiada profundamente como la posible clave de las diversas teorías alquimistas.

Los alquimistas creían (a través de los siglos) que, apareciendo oro en las historias y en los alambiques, daría lugar a que irradiara una luz resplandeciente. Es decir, que la materia muerta y helada se animaría, originando la formación de un oro viviente.

Se aseguraba en efecto, que el oro ordinario, llamémoslo así, el oro que pasa por las manos de orfebre, es oro muerto tal como las ramas arrancadas de un árbol. Por lo tanto, según los alquimistas, el oro viviente “genera oro, tal como el trigo genera el trigo”. Aquellos que estuvieran en posesión de la verdad resplandecerían como el oro viviente, dando lugar a que “la oscuridad huyera de ellos”. De este modo la trasmutación de los metales vulgares en oro se acompaña de una trasmutación más sublime: la del hombre. Mientras que los siete escalones o estados del proceso alquimístico no eran más que los símbolos que facilitan el camino hacia la gracia divina.

Los alquimistas, sobre todo, resaltaban la unión del alma y de la mente humana con el elemento divino. El éxito científico aparecía privado de valor si no llevaba consigo el ennoblecimiento del alma: la victoria era la prueba de que el iniciado estaba situado entre los elegidos. Para los alquimistas, la sustancia verdaderamente perfecta en el mundo era el oro imperecedero.

Se decía:

La naturaleza tiende siempre a la perfección y querría producir tan sólo oro, cobre, plomo, y hierro; los restantes metales no son más que abortos de la naturaleza. El creador ha impregnado el alma del hombre del deseo innato de la perfección, así como la naturaleza debe luchar por la parte divina que lleva consigo.

El elemento más alto de la vida terrenal puede unirse tan sólo con el elemento más bajo de la vida divina, según decían los iniciados; por consiguiente, la cosa más perfecta de la vida terrenal es el oro, mientras que la cosa más baja de la vida divina es el Sol (cuyos rayos se extienden para conseguir llegar hasta el cielo de los ángeles).

Por esto el sol se relaciona con el oro, y el oro está a mitad de camino entre el hombre y el creador.