El descubrimiento del baño de María.

En todos los tiempos, los alquimistas han aclamado siempre la prioridad y pureza de su arte, sosteniendo que éste cobró pleno auge en la época de los faraones. Esto, según ellos, está claramente indicado en la etimología “chem” o “quen,”  es decir, negro, palabra egipcia utilizada antiguamente para indicar la tierra del Nilo, negrísima de color, en abierto contraste con las arenas desérticas de tinte rojo.

De todos modos, la alquimia fue conocida en Occidente en los inicios del siglo ll.

Se pueden encontrar algunos indicios de ello en los escritos de Plinio el Viejo, quien en el siglo l trató escrupulosamente de los conocimientos de los metales y que, aun sin manifestar ideas de naturaleza alquimista, refirió varias creencias referentes a la utilización de los metales. El gran florecimiento de la alquimia aconteció en el siglo lV. Lo divulgó un escritor famoso en su tiempo, Zósimo de Panopoli, cuyas instrucciones se encontraron citadas por los expertos medievales y del renacimiento, así como los más exactos y profundos documentos sobre los misterios de la alquimia.

Zósimo de Panapoli aseguraba que la doctrina de los minerales, de los metales y de los aromas fue conocida por el género humano “en la época en que algunos ángeles bajaron del cielo para amar a las hijas de la tierra”. Aquellos ángeles enseñaron todos sus secretos a aquellas mujeres de la era antediluviana, bellísimas y generosas, en señal de gratitud. Les enseñaron las prácticas alquimistas, decía Zósimo, dando lugar a que se pudieran confeccionar joyas y vestidos de todos los colores, para acentuar de este modo el encanto y sugestión de su hermosura. Más adelante afirmó lo mismo Tertuliano, el cual tenía la opinión de que los ángeles caídos del cielo transmitieron a los humanos su pérfida experiencia con el fin de seducirlos al mundo de los placeres. Es decir, que opinaba que la perversión de la moral y de las costumbres se debe tan sólo a los “condenados caídos”.

Establecidos de este modo los orígenes de la alquimia, Zósimo refiere que el primer maestro de este arte fue el misterioso Chemes. No existen rastros de la existencia de este hombre, exceptuando la de algunos antiquísimos escritos, los cuales atribuyen a Chemes la paternidad Chema, es decir, el tratado usado por los ángeles caídos para enseñar alquimia, primeras nociones del arte, a las bellísimas hijas de la tierra. Resulta claro que Chemes y de la palabra Chema se derivó el término griego Chemia,  que quedó como la denominación de tal arte, hasta que los árabes añadieron su artículo  “Al”, “formando la palabra “Alquimia”.

Esto constituye un punto seguro.

Otro punto seguro es el constituido por el hecho de que las primeras personas que se dedicaron a este arte fueron las mujeres.

Además de aquellas espléndidas  hijas de la tierra ya mencionadas, es noticia segura el hecho que existía una excelente alquimista llamada María la Hebrea, que Zósimo de Panopoli y otros muchos identificaron como la hermana de Moisés, Miriam.

La cuestión del nombre no reviste particular importancia, por lo menos no tiene tanta importancia como su habilidad química.

En efecto, se otorga a María la Hebrea el mérito de innumerables descubrimientos técnicos; por ejemplo, la lechera que mantiene el calor durante cierto tiempo, el jarro cerrado en una caja llena de cenizas calientes para mantenerlo a temperatura elevada, y el doble sistema de ebullición que todavía en la actualidad es llamado baño de María.

Después de toda esta exposición, resulta evidente que la alquimia junto con la magia y otras prácticas esotéricas, fue revelada a los hombres por los ángeles malditos, traidores de los secretos divinos. Tales espíritus fueron castigados y la maldición cayó sobre la sabiduría prohibida, que según los antiguos textos “permite al hombre rivalizar con su creador”.

En los primeros siglos de nuestra era, el árbol bíblico del conocimiento fue el símbolo del pecado. Cogiendo el fruto prohibido  del Bien y del Mal, situándose en el plano divino. Los alquimistas estaban convencidos de que cometían gravísimos actos pecaminosos, pero no se detuvieron ante los primeros conocimientos.

Las enseñanzas de los agnósticos consolidaron esta postura completamente nueva, ya que muchas de sus sectas eran indiferentes a las nociones del Bien y del Mal; al contrario, adoraban a la serpiente de la Biblia como ser benéfico, ya que había promovido los conocimientos del hombre que usó como arma contra el Creador. De este modo, el árbol del conocimiento y la serpiente se convirtieron en el emblema de la alquimia.

Los primeros alquimistas fueron perseguidos no menos que los paganos; sus penas comenzaron cuando el arte  Prohibido tenía sus raíces en Alejandría (los conocimientos de medicina y de alquimia se estudiaban en los palacios que se hallan junto al Serapeo, el templo de Serápides).

Teófilo, arzobispo de Alejandría, ordenó su destrucción, pero encontró mucha resistencia; después intervino directamente el emperador, que obligó a los rebeldes a someterse. Junto con los otros templos del imperio, el templo de Serapeo fue destruido por el fuego, pero la biblioteca, en grave peligro en tiempos de César, fue salvada y los estudios se reemprendieron en el museo hasta que la filosofía ipazia fue aniquilada (415).

Su muerte señaló el fin de la cultura pagana en Egipto; los filósofos perseguidos buscaron refugio en Atenas, en donde el neoplatónico Proclo tenía su escuela, trasladando de este modo la alquimia a Grecia.

En el año 529 Justiniano ordenó la supresión oficial de la antigua enseñanza de ciencias y filosofía, dando lugar a la muerte de la cultura pagana. Pero la alquimia sobrevivió a pesar de la ley de Teodosio, según la cual los libros de alquimia debían ser quemados públicamente en presencia del obispo.

Nuevos adeptos continuaron los estudios de alquimia, añadiendo algunos elementos ortodoxos; de este modo su doctrina fue aceptada por los emperadores, aunque de manera relativa.

Esteban de Alejandría dedicó sus Nueve lecciones de químicas a Heraclio, emperador de Oriente (575-641).

Ya se acercaba el tiempo en el que los monjes bizantinos se dedicarían a copiar todos los escritos antiguos que cayeran en sus manos.

Entre todos estos compiladores entregados durante siglos a reconstruir la doctrina antigua, Nicéforo (758-829) se ocupó, sobre todo, de autores griegos, y en el siglo Xl Psello reconstruyó la filosofía de Platón. Poco a poco fueron tomando forma los estudios paganos, y hubo también gente que se dedicó a conciliar la alquimia con la teología. La cultura y las creencias antiguas se difundieron mucho en Europa gracias a la invasión árabe en España.