Recordemos la figura de uno de los máximos magos blancos que han existido: Paracelso. Recalcaremos esta figura porque, repetimos, todos están dispuestos a considerar tan sólo los aspectos negativos de la magia, mientras que nadie presta la mínima atención a los aspectos positivos de la misma.

Paracelso (1493-1541) fue médico, astrólogo, teólogo, místico y mago. En una época todavía oscura consiguió unir la fe y la práctica, aceptaba a la naturaleza como suprema autoridad, porque ésta, según él, no comete errores y porque cada cosa participa en ella a la manera de machina mundi construida según un plano divino.

Paracelso, rechazado lo que en sus tiempos constituía las bases tradicionales del saber, afirmaba que el primer médico del hombre es “Dios de la salud, ya que el cuerpo no es más que la casa del alma”. Por esto la medicina debe dirigirse  simultáneamente   a las dos cosas (al elemento divino y al elemento terrenal), intentando mantenerlas en armonía. Paracelso decía que un médico debía tener conocimientos de astronomía y conocer la armonía de las esferas y sus efectos; decía también, que un médico debía tener como los teólogos, conocimientos de las necesidades del alma y, como el antropólogo, conocimiento de las necesidades del cuerpo;,

Que en cuanto alquimista, le competería conocer las substancias universales que se encuentran en armonía y de acuerdo con cualquier parte del mundo material; decía en fin, que un médico debe ser un místico, para de este modo poder advertir lo que se halla más allá de la lógica.

A causa de sus teorías, Paracelso tuvo en contra a todos los médicos de su época, ya que éstos creían en las prescripciones de la medicina de Galeno.

Las consecuencias, sin importar el que Paracelso, con sus fantásticos métodos, efectuara milagrosas curas, produjeron una verdadera persecución en todo lo que a él se refería: era expulsado de todas las ciudades, se convirtió en un vagabundo a la búsqueda del saber. Acostumbraba a escribir un diario, referente a sus indagaciones y a sus experiencias; en este diario se lee: “En todos los sitios en los cuales me he informado diligentemente he recogido la experiencia del verdadero arte médico no sólo a través de los barberos, de las mujerzuelas, de los brujos, de los alquimistas, de los monjes, de los miserables y de los nobles, de los sabios y de los pobres de espíritu.”

Frecuentemente, prefería ciertos métodos utilizados por la gente sencilla a las complicadas composiciones de los eruditos; hay que tener en cuenta también el hecho que todas estas curas eran aconsejadas por un hombre, cuya absoluta convicción en lo “justo”, procuraba optimismo y esperanza.

El miedo ante la enfermedad, afirmaba, es siempre más peligroso que la enfermedad misma.

Como místico y como mago, Paracelso se interesó profundamente en la adivinación. Desde muy joven efectuó ya estudios de alquimia que más adelante le condujeron a utilizar minerales como medicina, añadiendo de esta manera a la ciencia la nueva ramificación de la química farmacéutica. En efecto, Paracelso y sus discípulos transformaron completamente la alquimia. Sostenía que la principal función de la alquimia era separar lo puro de lo impuro, es decir, desarrollar las diversas especies de la materia. “Lo que la naturaleza deja imperfecto o inacabado debe ser perfeccionado a través de la alquimia, ya sea tratándose de minerales, de metales o de cualquier otra sustancia, de este modo el arte hermético se une a los vínculos terrenales.” Defendía asimismo que era muy posible obtener oro a  través de métodos alquimistas, aunque los procedimientos fisicoquímicos no le satisficieran demasiado. Afirmaba la exactitud del principio según el cual “el oro más fino se obtiene con medios psicoquímicos”; con esto quería decir que no era importante la “cocción de oro”, sino que lo realmente esencial era desarrollar el concepto máximo del experimento de la alta alquimia es tan sólo el perfeccionamiento del hombre.