Izanagi se fue a purificar después de recuperarse de su descenso a Yomi. Mientras se desnudaba y se quitaba los adornos de su cuerpo, cada artículo que él dejaba caer al suelo formó una deidad. Incluso surgieron más dioses cuando él se sumergió en el agua para lavarse. Los más importantes fueron creados de su rostro una vez que este se lo lavó:

  • Amaterasu (encarnación del sol) de su ojo izquierdo,
  • Tsukuyomi (encarnación de la luna) de su ojo derecho, y
  • Susanoo (encarnación del viento o de la tormenta) de su nariz.

Izanagi se dispuso a dividir el mundo entre ellos con Amaterasu heredando los cielos, Tsukuyomi tomando el control de la noche y la luna y el dios tormenta Susano’o poseyendo los mares.

Amaterasu y Susano’o

Amaterasu, la poderosa diosa del sol de Japón, es la deidad más conocida de la mitología japonesa.

Sin embargo, su incontrolable hermano Susano’o, es igualmente infame y aparece en varios cuentos. Una historia dice del comportamiento imposible de Susano’o contra Izanagi. Izanagi, cansado de las quejas repetidas de Susano’o, lo desterró al Yomi. Susano’o a regañadientes lo consintió, pero tenía asuntos pendientes que atender primero. Él fue a Takamagahara (cielo) a despedirse de su hermana, Amaterasu. Amaterasu conocía que su imprevisible hermano no tenía ninguna buena intención en mente y se preparaba para la batalla. «¿Con qué propósito has venido aquí?» preguntó Amaterasu. «Para decir adiós,» contestó Susano’o.

Pero ella no creyó sus palabras y solicitó una competencia para probar su buena fe. El desafío fue fijado en cuanto a quién produciría el niño divino más noble. Amaterasu hizo a tres mujeres de la espada de Susano’o, mientras que Susano’o hizo a cinco hombres de la cadena de ornamento de Amaterasu. Amaterasu otorgó el título a los cinco hombres hechos de sus pertenencias. Por lo tanto, atribuyeron a las tres mujeres a Susano’o.

Es suficiente con decir, que ambos dioses se declararon vencedores. La insistencia de Amaterasu en su demanda condujo Susano’o a campañas violentas que alcanzaron su clímax cuando él lanzó un potro medio desollado -un animal sagrado para Amaterasu- en la sala donde Amaterasu tejía, causando la muerte de uno de sus asistentes. Amaterasu huyó y se ocultó en la cueva llamada el Iwayado. Mientras que la encarnación del sol desapareció en la cueva, la oscuridad cubrió el mundo.

Todos los dioses y diosas en turno, trataron de convencer a Amaterasu para que saliese de la cueva, pero ella los rechazó a todos. Finalmente, el kami de la festividad, Ame-no-Uzume, tramó un plan. Ella colocó un gran espejo de bronce en un árbol, frente a la cueva de Amaterasu. Luego Uzume se arropó en flores y hojas y volcó una tina de baño, y comenzó a bailar sobre ella, precaucionando la tina con sus pies. Finalmente, Uzume se deshizo de las hojas y flores y bailó desnuda. Todos los dioses masculinos se hartaron de reír. Cuando ella se asomó después de su larga estancia en la oscuridad, un rayo de la luz llamado «amanecer» escapó y Amaterasu se deslumbró por su propio reflejo en el espejo. El dios Ame-no-Tajikarawo la sacó fuera de la cueva y ésta fue sellada con una cuerda sagrada [shirukume]. Rodeada por la festividad, la depresión de Amaterasu desapareció y ella accedió a devolver su luz al mundo. Desde entonces Uzume fue conocida como el kami del amanecer y también como el de la festividad.