Sus orígenes                                                             

Es un hecho cierto que en todos los lugares del mundo se encuentran estos objetos mágicos de misteriosos orígenes  y de oscuros significados llamados amuletos. Muchos científicos encuentran en todo lo referente a este tema motivos fáciles para una profunda investigación psicológica llevada más allá de los límites del inconsciente, común a los hombres primitivos y a los más evolucionados, dominados ambos, si bien en diverso grado y distinta manera, por su creencia en un mundo mágico contrapuesto al de nuestro propio conocimiento.

Nos parece improcedente discutir sobre las viejas y las nuevas teorías psicológicas. Es mejor que nos atengamos exclusivamente a los hechos. Y éstos nos demuestran que durante los períodos de tensiones, de angustias, de peligros y de calamidades, el hombre tiende, más o menos conscientemente, a la superstición.

Entre las formas supersticiosas, una de las más  inmediatas, porque es tangible, es el amuleto, cuyo significado estriba en su presunta fuerza mágica concentrada en él y que actúa en beneficio o en prejuicio de los seres vivientes, como protección de los  que los poseen o defendiendo a sus poseedores en contra del enemigo.

Se quiere explicar el origen de estos objetos en el terror que sentían los hombres primitivos cuando estaban en contacto con las fuerzas salvajes de la naturaleza. Los primeros sacerdotes adoraban a las divinidades y requerían, que  favores por medio de encantamientos y de conjuros. Pero el pueblo quería signos tangibles, que fueran aceptados por los dioses, para llevar consigo. Los sacerdotes, entonces, dieron una forma material a sus encantamientos.

En una antigua tumba romana, descubierta recientemente en los alrededores de Calais, se encontró una lámina de plomo, escrita en las dos caras y que contenía una fórmula mágica de exorcismo contra el mal de ojo que persiguió en vida al autor de esta lámina y a toda su familia.

Las láminas mágicas eran de diversas clases. Algunas transmitían el poder maléfico de las fórmulas que llevaban escritas en ellas y se colocaban secretamente junto al enemigo. Otras se situaban en las tumbas, para que la divinidad de los muertos, recibiéndolas como mensaje, llamara a las personas cuyos nombres estuvieran escritos en dichas láminas.

Una serie de leyes que fueron dictadas en Roma en contra de los autores de maleficios demuestra hasta qué punto estaban difundidas estas supersticiones (estas leyes fueron dictadas en los últimos tiempos del Imperio romano). Se han encontrado exorcismos griegos, latinos y etruscos escritos sobre amuletos de todas clases, entre los que no faltan, naturalmente, los amuletos de carácter amoroso destinados a los amantes infelices, a las mujeres y a los maridos traicionados.

En las civilizaciones más avanzadas se atribuían los mismos poderes a las imágenes de los dioses que a los objetos mágicos de hierro, de bronce, de plata, de oro y de piedras preciosas. La herradura de caballo tuvo una enorme difusión, y fueron utilizadas tanto en las moradas de los reyes como en las casas más humildes.

En los millares de amuletos encontrados y recogidos, antiquísimos o modernos, restos de las distintas civilizaciones de todo el mundo, vemos que la fantasía de los sacerdotes y de los brujos no tuvo límites y que idearon toda clase de símbolos y formas.

Estos objetos, que variaban de dimensión y algunas veces eran realmente invisibles, y que, generalmente, eran de forma adecuada para poderlos llevar encima, representaban a los tres reinos de la naturaleza: animales, plantas y minerales.

Entre los amuletos referentes a los animales, es decir, al primer grupo, existen muchos que son macabros y todavía están en uso en la actualidad: huesos, fragmentos de cráneo, dientes, trazos de corazón, de hígado, de cerebro, de cordón umbilical, etc. Generalmente se eligen las partes de los animales que tienen un significado de ataque o defensa: uñas, dientes de serpientes venenosas, etc., pero no faltan los símbolos  extraños e incomprensibles que hacen pensar en formas paradójicas de pesadillas o de alucinaciones. Por ejemplo, las alas de los vampiros y de los murciélagos que algunos soldados balcánicos y del sur de Australia llevaban cosidas en sus uniformes durante la primera

guerra mundial. Los soldados ingleses preferían fragmentos de piel de un gato negro.

Son muy frecuentes los amuletos extraídos de las plantas, probablemente por la idea muy difundida de que existe una invencible fuerza sobrenatural proveniente de las divinidades benéficas o crueles del mundo vegetal. En el uso de los talismanes botánicos seguramente influyó el conocimiento que tenían los hombres primitivos del poder oculto de las plantas, de las que extraían el jugo benéfico que cura y el veneno que mata.

La virtud mágica  y terapéutica de las sombras nocturnas (así es como se llamaba en la Edad Media a las plantas venenosas) aparece en muchos amuletos que encierran y contienen fragmentos de vegetales conocidos por la ciencia moderna por sus poderes hipnóticos y alucinantes. Existen troncos o trozos de árboles de la selva que tenían el poder de hacer huir a las brujas y a las hechiceras. Tenemos un ejemplo de ello en el acebo, llamado en botánica ilex aquifolium.

En los amuletos artificiales, es  decir, no extraídos directamente de la naturaleza, sino construidos por artesanos, el símbolo imprecatorio se expresa a través de gestos de la mano muy conocidos que significan desafío, burla, deseos y amenazas.

Las investigaciones históricas han encontrado elementos de particular interés en los amuletos provenientes del reino mineral, esencialmente de las piedras preciosas. De algunas de estas joyas, en efecto, pertenecientes a algunas dinastías, nos han sido transmitidas algunas leyendas seculares, citadas también en algunos documentos históricos.

En las espléndidas luces y en la simetría de los cristales, los antiguos sabios veían una fuente de encantamientos y de fuerzas fascinadoras.

En algunos antiguos  textos hebreos se recuerda el famoso sello de Salomón, en donde eran encerrados algunos espíritus que obedecían las órdenes del soberano.

En la larga historia de la Celeste Imperio se recuerda a menudo la piedra negra de Mukden. Una columna de basalto, de la altura de un metro, situado en el atrio de un gran templo, a la que las profecías astrológicas ligaban la suerte de la dinastía. Se cuenta que la columna desapareció misteriosamente una noche, pocas horas antes del inicio de la revolución que destronó al último emperador.

En los archivos del Estado, en Berlín  se han encontrado documentos relativos a un talismán perteneciente a la dinastía de los Hohenzollern. Se trataba de un anillo con una piedra  incrustada, negra, irregular, fea y opaca. Según la tradición, esta piedra fue traída por un gran erizo que la depositó  sobre la cama del elector Juan de Brandenburgo, cuya esposa estaba a punto de dar a luz. En varias cartas privadas, escritas por hombres de la corte, se lee que el último emperador Guillermo ll llevaba en el dedo este anillo siempre que tenía que tomar grandes decisiones de Estado.

La verdadera reina de los amuletos preciosos en todo el mundo es el ópalo, piedra que casi siempre ha sido considerada como funesta. Una experta coleccionista inglesa creyó haber descubierto los orígenes de la pésima reputación que tenía esta piedra en las antiguas crónicas  de la serenísima República de Venecia.

Los venecianos tenían en gran consideración al ópalo. Pero durante una epidemia de peste acontecida en el siglo xv, corrió la voz entre el pueblo de que la piedra, puesta en contacto con un enfermo, resplandecía con una extraordinaria intensidad, como  un siniestro presagio para los desventurados su  afectados de esta epidemia. Se decía que, en el momento de la muerte del enfermo, la piedra perdía s. su resplandor, llegando a parecer completamente opaca.

Se ha intentado dar una explicación de este hecho con métodos científicos.  Así se justificaba porque a lo mejor era posible que con el sudor y la fiebre del enfermo esta piedra se hacía más viva, al contrario de lo que pasaba en el momento de la muerte del mismo.

En el santuario de Almeneda, en España, se conserva un famoso anillo de ópalo al que se le atribuía la muerte de dos reinas y de dos princesas que lo habían llevado. Este anillo pertenecía a la bellísima condesa de Castiglione, célebre en la corte de Napoleón lll, y según todas estas teorías lo mandó como regalo a una rival española. La reina María Cristina, viuda de Alfonso  Xll, hizo bendecir el anillo y lo mandó al santuario.